¡Hola todos!
Hace unos días revisamos algunos conceptos sobre neurodesarrollo donde se mencionaba al bostezo como una conducta que sugería algún grado de desorganización en el prematuro. Surgieron varias preguntas ¿desde cuándo bostezamos? ¿Para qué sirve el bostezo? y sobre todo ¿es útil evaluar el bostezo en el bebe prematuro? Aquí va una revisión que esperamos no los aburra ni les provoque… bostezar.
El bostezo es un patrón de conducta que se caracteriza por una apertura involuntaria e intensa del maxilar asociado a una inspiración profunda, seguido del cierre pasivo del mismo y una espiración breve. Muchas evidencias sugieren que el bostezo es un tipo de conducta adaptativa, descrita en diversas especies de vertebrados y con un origen temprano en el desarrollo embrionario. Ha sido descrito en aves y mamíferos y existen evidencias de bostezos en fetos humanos desde las 11 semanas de edad gestacional. Las observaciones de los últimos años han llevado a la conclusión de que el bostezo y la respiración se desencadenan por estímulos diferentes y son controlados por mecanismos distintos.
Hasta hace unos años la hipótesis más convincente propone que la contracción muscular sostenida y la inhalación profunda que ocurren cuando bostezamos sirve para alejar sangre con hipertermia relativa lejos del cráneo, introduciendo simultáneamente sangre con temperatura más baja a través de mecanismos de convección y evaporación. Esta teoría coincide con observaciones antes y después del bostezo que predicen cambios de temperatura oral, cerebral y de la piel. Los bostezos serían desencadenados por incrementos en la temperatura craneal, seguidos de reducciones en la misma. Así mismo los cambios en la temperatura del ambiente incrementarían el bostezo en individuos en diferentes especies.
Por otro lado, en un estudio con 121 especies animales diferentes (271 aves y 476 mamíferos), Massen (Communications Biology, 2021) describió que la duración de los bostezos era mayor mientras mayor era el tamaño del cerebro, y mayor el número de neuronas de la corteza cerebral en estas especies (Fig 2). Esta observación coincide con la hipótesis de que los cerebros más grandes requieren mecanismos de bostezo más prolongados y complejos para lograr su objetivo.
Las ecografias obstétricas han permitido evaluar con más detalle la conducta asociada al bostezo. En los humanos, la frecuencia del bostezo se ha asociado a variaciones en diferentes condiciones, como el hambre, los ritmos circadianos, la termorregulación, el estado de ánimo, el dolor y el estrés. Además se ha reconocido su carácter contagioso. Por otro lado, estudios en primates nos sugieren que los bostezos pueden tener funciones diferentes en diferentes circunstancias.
El registro de bostezos en ecografías obstétricas de fetos desde 11 semanas ha hecho repensar la teoría del enfriamiento cerebral, ya que el ambiente intrauterino no presenta los mencionados cambios de temperatura. Así es como la observación de los bostezos en el feto ha ido más allá de una simple observación anecdótica: su frecuencia se incrementa en casos de anemia, y disminuye notablemente en casos de hipoplasia mandibular y disfunción del tronco cerebral. En el ser humano la frecuencia de bostezos va de la mano con la frecuencia del sueño REM, en un recién nacido se pueden observar 30-50 bostezos por día, mientas que en un adulto el número máximo puede alcanzar los 20. Se ha propuesto que el bostezo, que es un patrón motor, sea una conducta que se emplea para probar la transición entre los estados de movimiento fetal, actuando como “reforzador” del tono muscular , para contrarrestar la atonía muscular que caracteriza al sueño REM. De esta manera, el bostezo sería un estado transicional reflejo que ayuda a adaptarse al estado de vigilia (Walusinski, 2010).
Finalmente un estudio sobre bostezos en bebes prematuros publicado recientemente por Menin (PLoS ONE, 2022) encontró que los prematuros bostezan más antes que después de las tomas de leche, y que estos cambios no se explicaban por las cantidades de sueño quieto en ambas condiciones. También encontraron que los segundos gemelares (generalmente expuestos a más riesgo que los que nacen primero) tienen una frecuencia mayor de bostezo en comparación con los primeros.
Aunque muchos de estos datos provienen únicamente de datos observacionales de la conducta, los hallazgos sugieren que existen múltiples vías por las cuales el bostezo es modulado en el adulto y que algunas de ellas pueden ser evidentes desde muy temprano en las primeras semanas de vida de un bebé prematuro.
El artículo de Masse puede ser leído en versión completa aquí:
Puedes revisar el artículo de Menin en este link:
El capítulo del libro de O. Walusinsky - Fetal yawning - lo puedes descargar completo aquí: